Hace
años me presentaron a una persona que, al poco de conocernos comenzó a
describirme con todo lujo de detalles varias discotecas ibicencas. Por
aquel entonces yo tenía tantas ganas de ir a Ibiza, que le escuchaba con
la boca abierta y con el deseo de poder ir algún día a darme una fiesta
histórica. Cuando terminó de relatarme yo ya tenía en mi mente 20.000
imágenes de la isla, y entonces le pregunté: “¿Cuándo estuviste?”, y me
dijo: “No, yo no he estado nunca, es que tengo tantas ganas de ir que
registro todo lo que me cuenta todo el mundo que ha estado”.
Cuando por fin pude ir no me pareció para tanto. Había creado tantas
imágenes acerca del lugar, que la realidad me confundió. Eso es algo que
nos sucede constantemente, tenemos tantas imágenes de lo que debería
ser, de lo que soñamos, de lo que somos... que cuando alguien nos habla
de lo más sencillo, lo ignoramos esperando fuegos artificiales. Esto
sucede mucho en los temas de conciencia. La mente ha creado tantas
imágenes de perfección, plenitud, abundancia...etc., que nos hacemos
incapaces de descubrir la belleza del miedo, la exquisitez de sincerarse
con uno mismo y reconocerse tener los pensamientos más terribles del
mundo, la maravilla de contemplar la escasez. Lo más cotidiano nos pasa
desapercibido, esperando hacer algo "grande" por los demás, o por uno
mismo, algo para conseguir, algo concreto, algo que sacie nuestra
conciencia, que solucione este problema concreto que tengo ahora, y que
alivie nuestros dolores, aunque sea, de forma temporal.
De esta
forma, no vemos que estamos pidiéndole al doctor que nos corte las uñas,
mientras estamos sufriendo un infarto de miocardio. Así, a aquel que te
señala: “mira el corazón”, le decimos que se anda por las ramas, que lo
más importante ahora son las uñas, o quizás, que ni siquiera existe el
corazón y que, mientras tanto, "hay que hacer algo".
Sí, "hay que
hacer algo", efectivamente: mirar al corazón enfermo es lo más
importante que uno puede hacer cuando está sufriendo un infarto. Y de
esa observación, surgirá una acción que ya no estará apresurada por
cortar la uña rápidamente, por huir constantemente, sino una acción más
encaminada a la armonía de todo el cuerpo, y no solo de una parte. Sin
embargo, hemos generado unos baremos de importancia en los que la mente
tiene en la cumbre de su pirámide a lo inmediato. Por eso, cuando
alguien nos habla de las raíces, de las bases de ese cuerpo enfermo,
pensamos que esas raíces son un invento imaginario, o bien, creemos que
pueden existir, pero nos parece una utopía inalcanzable observar cómo
estas raíces se "sanan".
Hemos creado tantas imágenes de lo que
es correcto, de lo que es sensato, de lo que me va a salvar, de lo que
es bueno, de lo que es honesto, de lo que se debe hacer, que tenemos
frente a nuestras narices el milagro del instante presente, con toda la
belleza de su plenitud, mostrándonos todo aquello que buscamos fuera, en
un libro, en una persona, en un camino... y no nos damos cuenta de que
cada instante posee eso.
Hemos creado tantas imágenes de lo que
debería ser, que cualquiera puede venir utilizando las palabras
adecuadas y conquistar nuestra credibilidad.
Muchos están
hablando hoy en día del "El Divino", pero muy pocos transmiten y
transforman desde allí. ¿Cómo distinguirlo? ¿Cómo distinguir la paja del
trigo? Ese, amigos, creo que es uno de los grandes retos de nuestro
tiempo. La mente tratará de decidir "éste sí", "éste no", en función de
sus gustos. Esta noticia decido que es cierta porque se acomoda a mi
ideología. Me quedo con lo que me gusta, desecho lo que no me agrada. Lo
que dice esta persona decido que es cierto porque se acomoda a las
imágenes que me fabriqué de lo ideal... etc. Así hacemos con todo. Por
eso me parece más importante que nunca observar esas imágenes que hemos
creado de lo que es correcto, de lo que debemos hacer y lo que no, con
absoluta, bruta y llana sinceridad. Si no veo todo el bagaje moral,
idológico, ético..etc. que habita en mi espalda, seguiré entonces
tratando de apagar el infarto cortándome las uñas, y seré una persona
muy sencilla de manipular.
Sin embargo, cuando mis imágenes van
desapareciendo, entonces surge una forma de relacionarme con lo que veo,
en la que puedo ir distinguiendo, no por las preferencias de la mente,
sino porque puedo distinguir con claridad lo que viene de "lo falso", y
lo que trae el perfume de lo verdadero.
Observar la estructura del deseo, me permite desestructurar las imágenes que he soñado para fabricar mi realidad.
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