La cooperación de los “yoes” es necesaria mientras existe la competencia entre “yoes”. Hago esta salvedad, - “entre yoes”,- porque competir, en sí mismo, no es el problema. Uno puede competir deportivamente, ganar o perder, y eso no genera conflicto; el conflicto viene cuando uno, al competir, se siente inferior, cuando lo que compite es un “yo” con sus creencias sobre uno mismo y sobre los otros. Esa es la distorsión de la competencia, no que la competencia sea una distorsión. De esta forma, desvirtuamos la competencia y la convertimos en algo “personal”, y esta distorsión fabrica un “yo” que precisa competir.
Así, mientras estemos compitiendo de esta forma, entonces será necesaria la cooperación, pues ésta es la necesidad de colaborar con el otro, partiendo de la base de que estamos divididos y que vamos a competir, de modo que le pongo un polo positivo a lo que considero negativo (competencia), y así trato de equilibrar (cooperación).
Sin embargo, cuando empiezo a darme cuenta de todo este entramado, de toda la estructura que sostiene al juego “competencia-cooperación”, entonces puedo ir tomando conciencia de aquello que es lo mismo entre el otro y yo. Cuando soy consciente de aquel espacio indivisible, entonces ahí empieza a no ser posible la “competencia de yoes” y, por tanto, empieza también a no ser necesaria la “cooperación de yoes”.
El interés personal, ese “yo”, en la competencia necesita ser el ganador, quedar por encima. Ese mismo “yo”, en cooperación, necesita unir, necesita cooperar para sentir que está haciendo algo por los demás. Estos “yoes”, estos intereses personales, son las distorsiones de este juego de competencia-cooperación.
Tengamos en cuenta que este juego es tan sutil, que lo más común es no darnos cuenta de que internamente tenemos activo un “yo” que maneja estas situaciones, por lo que, al no ser conscientes, alimentamos la distorsión del “yo” con la “buena intención” de cooperar con el otro. No estamos diciendo aquí que esto sea malo, sino que es una distorsión, un juego de los yoes personales, de las identidades que juegan a ser un individuo. Y nosotros, a través de este proceso, lo que estamos es aprendiendo a observar estos juegos para salir de la “obligatoriedad” de vivirlos, y empezar a transitar la libertad de elegir el juego adecuado a cada momento.
Cuando vamos saliendo, en lo más profundo, de aquellas distorsiones que forman las imágenes que nos hacemos de nosotros mismos y de los demás, entonces, tanto la competencia como la cooperación adquieren su papel adecuado, sin la intervención de ese “yo” que las convierte en “necesidades”. Pasan a ser, sencillamente, elecciones del momento concreto en las que no interviene ningún tipo de necesidad, y ningún tipo de “yo” o interés personal.
Así, mientras estemos compitiendo de esta forma, entonces será necesaria la cooperación, pues ésta es la necesidad de colaborar con el otro, partiendo de la base de que estamos divididos y que vamos a competir, de modo que le pongo un polo positivo a lo que considero negativo (competencia), y así trato de equilibrar (cooperación).
Sin embargo, cuando empiezo a darme cuenta de todo este entramado, de toda la estructura que sostiene al juego “competencia-cooperación”, entonces puedo ir tomando conciencia de aquello que es lo mismo entre el otro y yo. Cuando soy consciente de aquel espacio indivisible, entonces ahí empieza a no ser posible la “competencia de yoes” y, por tanto, empieza también a no ser necesaria la “cooperación de yoes”.
El interés personal, ese “yo”, en la competencia necesita ser el ganador, quedar por encima. Ese mismo “yo”, en cooperación, necesita unir, necesita cooperar para sentir que está haciendo algo por los demás. Estos “yoes”, estos intereses personales, son las distorsiones de este juego de competencia-cooperación.
Tengamos en cuenta que este juego es tan sutil, que lo más común es no darnos cuenta de que internamente tenemos activo un “yo” que maneja estas situaciones, por lo que, al no ser conscientes, alimentamos la distorsión del “yo” con la “buena intención” de cooperar con el otro. No estamos diciendo aquí que esto sea malo, sino que es una distorsión, un juego de los yoes personales, de las identidades que juegan a ser un individuo. Y nosotros, a través de este proceso, lo que estamos es aprendiendo a observar estos juegos para salir de la “obligatoriedad” de vivirlos, y empezar a transitar la libertad de elegir el juego adecuado a cada momento.
Cuando vamos saliendo, en lo más profundo, de aquellas distorsiones que forman las imágenes que nos hacemos de nosotros mismos y de los demás, entonces, tanto la competencia como la cooperación adquieren su papel adecuado, sin la intervención de ese “yo” que las convierte en “necesidades”. Pasan a ser, sencillamente, elecciones del momento concreto en las que no interviene ningún tipo de necesidad, y ningún tipo de “yo” o interés personal.
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