En estos días en los que he navegado mucho por los asuntos políticos, he podido observar cosas tremendamente interesantes. ¿Por qué la gran mayoría de los políticos, hoy en día, nos parece que tienen discursos vacíos de contenido?
Es fácil ver que cuando dos personas dialogan sobre cualquier tema, cada uno de ellos lleva consigo una idea de sí mismo que tiene que sostener (tengo que parecer firme, no quiero que nadie se ría de mí, quiero “quedar bien”, quiero ganar votos... etc) y, también una idea del partido, del grupo al que pertenecen (lleva un argumentario idológico con el que dialogar). Entonces, cuando se abre un “diálogo”, la mayor parte de las veces el tema, el contenido, queda completamente en último plano, y pasan a primer plano las defensas de las propias imágenes, y los ataques a la imagen que defiende el otro. Pero ¿y el tema del que estábamos hablando? Fácilmente nos olvidamos del tronco, y pasamos a enredarnos con las ramas.
Igual que en política, también nos pasa a nosotros. La causa de los conflictos humanos reside, precisamente, en la fuerza con la que sostenemos nuestras propias imágenes (quiero que no me digan tonto, quiero parecer inteligente, quiero tener éxito...etc), las imágenes de nuestros “grupos” (soy español, cristiano, de derechas...etc.) y con la fuerza que atacamos las imágenes de los demás (ese que es musulmán, francés y de izquierdas supone una amenaza para mí).
¿Qué sucede cuando yo me doy cuenta de que estoy queriendo sostener una imagen mía? ¿qué sucede cuando me doy cuenta de que el diálogo ha empezado a ser una defensa de las imágenes que llevo dentro? cuando soy consciente de que estoy queriendo “quedar bien”, “ser más listo que”... que los demás piensen de mí una determinada cosa... ¿qué sucede entonces? Cuando soy consciente, por supuesto, tengo que ser muy sincero conmigo mismo, y suelto eso, la apertura y libertad que surgen son enormes. Estoy dejando de ser un poco menos ese pequeño “yo” terco y conflictivo, para navegar en aguas abiertas de libertad.
Igualmente sucede cuando me doy cuenta de que estoy queriendo destruir la imagen en la que, “creo yo”, el otro se ha subido. Creo que el otro quiere tener la razón, quiere quedar bien, quiere ser más listo que yo... etc. Entonces, en lugar de mantener mi atención en el propósito del diálogo, en el contenido, mi atención es automáticamente llevada (como por un imán), a la imagen que veo en el otro. Entonces es sumamente sencillo tratar de destruir esa imagen, para que el otro deje de sentir esa superiodidad que a mí tanto me molesta.
Cuando soy consciente de eso, y suelto, (reitero, previa honestidad total conmigo mismo) y vuelvo al tronco; al no prestar atención a las ramas, estoy comenzando a ser el árbol sano y vital que crece cuando la semilla de mi esencia es regada, y no negada.
Entonces toda la situación se transforma. El otro, recibe de forma automática ese “soltar” interno, y comienza también a prestar atención al contenido del diálogo, soltando la defensa de la imagen.
Lo que no termina de creerse la mente es que con mi simple actuar voy a vivir las situaciones de forma completamente distinta, la mente cree que depende del otro, de cómo actúe el otro. Diría algo así: “sí, sí, yo me bajo del burro, vale, pero ¿y si el otro sigue empecinado?”. Este tipo de preguntas nos vuelve a sacar del tronco, porque lo que sucede cuando yo “me bajo del burro”, no es algo que esa mente que pregunta se pueda si quiera imaginar, pues no está en su ámbito. De modo que tenemos que entender que este trabajo es absolutamente individual.
En resumen, el contenido del tema a dialogar tiene que ser el propósito del diálogo. En cuanto comenzamos a poner atención en las imágenes de los contertulios por encima del propósito, del contenido, entonces empieza el conflicto, vamos detrás de la energía, y nos sumergimos en la ira, en el miedo...etc. Sin embargo, cuando prestamos principal atención al propósito, al contenido a dialogar, y dejamos en un segundo plano a las ramas, es cuando los diálogos comienzan a ser verdaderamente fructíferos y resolutivos. De otra forma, son solo generadores de conflicto, vacíos de contenido.
El conflicto no terminará hasta que no empiece a ir libre de mis mochilas internas (imágenes y castillos que sostengo de importancia personal) a dialogar con el otro.
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