Mi amigo Florencio tiene 67 años, y es una de las personas más jóvenes que conozco. Lleva la vida vibrando en sus ojos. Se emociona cuando habla de injusticias y de sentimientos. Opina que nadie debería irse a dormir un solo día sin haber hecho algo bueno por los demás. Dice que no entiende por qué los jubilados de España no están compartiendo más con los jóvenes, que es momento de hacer un esfuerzo conjunto. Florencio me enseña todos los días cosas nuevas. Tiene frases propias y frases de otros. Habla de historia, la está aprendiendo poco a poco, dice que antes no le interesaba, y que a sus años está descubriendo la belleza de aprender.
Me está enseñando a comprar mejor, a no despilfarrar, a ser más consciente con el dinero y también con la comida. Sus enseñanzas, después, cuando las practico, coinciden con mis teorías sobre Economía Consciente, y entonces descubro que, efectivamente, la misma vida es un círculo, -como el económico del que tanto hablo-, y que cuando pones en práctica lo que llevas en el corazón, la vida tiene un boomerang invisible que te demuestra que existe un camino natural en el que moverse.
Él tiene su propio teorema sobre estos tiempos, dice que “todo pueblo sumergido en una crisis, experimenta un empuje hacia abajo igual a la inutilidad de sus gobernantes, más el consentimiento de su pueblo”. Hoy me decía con tristeza y rabia, que los ciudadanos vivimos aborregados. Se pregunta por qué la gente no se da cuenta. Se pregunta por qué nos cuesta tanto soltar lo que tenemos, para hacer la vida de los demás un poco más sencilla. Él suelta, comparte, regala, aprende... y recibe. Se comunica directamente con la inteligencia de la vida.
Florencio no sabe que hoy escribo estas letras, porque no maneja internet, pero sabe que el agradecimiento que le tengo es muy grande, a él, y a la inteligencia de la vida que me ha dado la suerte de poderlo conocer.
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